Mira a la cara de la fiera. Mira a su mente afilada acechando tras de sus ojos grandes, fijos, agazapada entre la maraña, acuchillada su piel por las sombras de las hojas ahusadas, hija de la penumbra y del momento de saltar. Siente el mesmerismo que somete al momento, al lugar, contenido todo en un silencio que retumba en el subconsciente hasta que salta a la consciencia, a la carne desgarrada del tiempo que vuelve tan súbito que por un instante pasa toda una vida. ¿Qué siente la sangre cuando gotea al suelo? ¿Intenta alimentarlo, darle fuerzas creyendo que es su mismo yo? ¿siente la libertad de correr libre de ataduras?...
Bajo la explosión de aves que surgen asustadas del follaje, algo nutre el acontecimiento y algo queda encinto de otro momento, igual, al que dará a luz en el húmedo claroscuro de la jungla.